El negacionismo es una expansión, una intensificación de la negación. No es una simple manifestación de las monótonas complejidades de nuestros engaños y autoengaños, es llevar la práctica diaria de la negación a una forma completamente nueva de ver el mundo y, lo más terrible, hacerla un logro. La negación es subrepticia cuando esconde una verdad dolorosa o un hecho pasado humillante. El negacionismo, por el contrario, construye una nueva y paradójica verdad. Y al hacerlo, crea un ambiente de odio y sospecha al ser una mezcla de dudas y credulidad virulentas.
Es un atributo del ser humano para vivir en una sociedad el encontrar formas inteligentes y mesuradas de expresar nuestros sentimientos. De ahí que, desde el lenguaje diplomático más sofisticado hasta eso que llamamos ¨mentiras piadosas”, creamos formas de engañar a los demás y con frecuencia, a nosotros mismos.
En psicología, la negación es un mecanismo de defensa en el que una persona, ante un hecho doloroso rechaza la realidad de ese hecho. Estos mecanismos no son conscientes y funcionan como su nombre lo indica como una defensa para evitar lo que nos duele.
Pero la negación (esa que rechaza el diagnóstico reciente de un cáncer) se convierte en algo tóxico y perjudicial cuando pasa a ser un dogma público: el negacionismo.
El negacionismo es una expansión, una intensificación de la negación. No es una simple manifestación de las monótonas complejidades de nuestros engaños y autoengaños, es llevar la práctica diaria de la negación a una forma completamente nueva de ver el mundo y, lo más terrible, hacerla un logro. La negación es subrepticia cuando esconde una verdad dolorosa o un hecho pasado humillante. El negacionismo, por el contrario, construye una nueva y paradójica verdad. Y al hacerlo, crea un ambiente de odio y sospecha al ser una mezcla de dudas y credulidad virulentas.
Al ofrecer una realidad distópica de que el holocausto no existe, el coronavirus es una falacia o de que las vacunas son dañinas es comprensible que el negacionismo provoque ira e indignación, especialmente en aquellos a los que directamente desafía.
Y lo vemos en la política cada vez más.
Es evidente que Donald Trump no ganó las elecciones de 2020. Ese resultado ha sido obvio durante más de un mes y, sin embargo, el presidente y sus seguidores se niegan a aceptar el resultado. En cambio, han promovido afirmaciones infundadas de fraude y han optado por atacar el sistema democrático. Son varios los jueces federales incluyendo el Supremo que han dictaminado de manera decisiva que las reclamaciones de Trump no han demostrado que la elección fuera fraudulenta, ofreciendo análisis minuciosos de por qué tales apelaciones carecen de mérito.
Los intentos han ido desde presionar a funcionarios de Michigan, Georgia y Pensilvania para que anulen las victorias del presidente electo Joe Biden en esos estados hasta presentar demandas tendenciosas e infundadas en esos tres estados, así como en Arizona, Nevada y Wisconsin, solo para ser rechazadas en todos los casos menos en uno.
Y cuando creíamos haberlo visto todo, Ken Paxton, el Procurador General de Texas inicia una demanda contra Georgia, Michigan, Pennsylvania and Wisconsin de fraude electoral. Y se le suman 17 estados y más de 100 representantes republicanos. O sea, una avalancha republicana gritando que hay fraude electoral pero solo en aquellos estados en los que no obtuvieron la victoria.
Dejemos a un lado el futuro en la Corte Suprema de los que los expertos llaman payasada o el tremendismo impensable de una guerra civil entre el centro rojo y los bordees azules del territorio norteamericano.
Dejemos al lado también el hecho de que Paxton es un conservador duro que a menudo ha utilizado el sistema judicial con fines dudosos y que también se enfrenta a algunos problemas legales graves que se beneficiarían de un indulto antes de que Trump deje el cargo.
Lo alarmante en este negacionismo de los resultados electorales es el apoyo de la mayoría republicana al Trumpismo. De esos republicanos como Ted Cruz o Marco Rubio que, durante las primarias republicanas de 2016, criticaron la rudeza de Trump, su abierta intolerancia y muchas de sus políticas, sufriendo en carne propia desprecio y burlas por parte de él. Al final, aceptaron su nominación con la esperanza de que cambiaria y sería bueno para las bases conservadoras. Por el contrario, Donald terminó siendo el dueño de la fiesta.
Y es que los líderes republicanos no le temen tanto a Trump como a los votantes republicanos. Y los votantes republicanos parecen tener miedo de la democracia y se han tragado en su mayoría el negacionismo del resultado electoral y muchos otros.
Una encuesta reciente de Quinnipiac reporta que el 70 por ciento de los votantes republicanos creen que la victoria de Biden fue ilegítima. Quizás el ejemplo del miedo de un político republicano a ir en contra de ese electorado se refleja en la respuesta de Kim Ward, la líder republicana en el Senado de Pensilvania a la pregunta de si habría firmado una carta declarando que hubo fraude en la elección del estado: “Si yo le dijera no quiero hacerlo, esta noche bombardearían mi casa”.
Así, el GOP se dirige al precipicio antidemocrático donde cualquier elección futura donde no ganen y no acepten que es amañada, el comportamiento es el de un RINO (Republicano solo de nombre, por sus siglas en ingles).
La era del Trumpismo nace con una evidente proyección negacionista, con declaraciones irreductibles a la verificación periodística de hechos porque son afirmaciones de identidad y legitimidad política que son indiscutibles en sus propios términos. ¿O es que no recuerdan el ´Birtherism¨, esa calumnia de que el primer presidente negro, Barack Obama, no nació en Estados Unidos que comenzó en 2011?
Ni un certificado de nacimiento de Obama echaba por tierra la convicción ideológica que ponía las etiquetas de africano, musulmán, inmigrante y extranjero a un contrincante que ganó aquellas elecciones. Y los republicanos al aplaudir esta teoría conspiranoica, abrazaron el culto negacionista del trumpismo hasta el día de hoy.
Biden se sentará en la Casa Blanca en Enero, pero el negacionismo en estas elecciones ha superado con creces los límites de la razón y mueve al país hacia el tipo de erosión democrática visible en otros países, incluida Turquía bajo Recep Erdogan, Hungría bajo Viktor Orbán o, en el ejemplo más extremo, Rusia bajo Vladimir Putin. En esas naciones, un partido que gana el cargo a través de elecciones democráticas luego busca usar el poder del estado para inclinar o socavar completamente las elecciones futuras. En esas estamos.
Si el Quijote galopara hoy en día las planicies de Oklahoma, le diría a su escudero: ¨Con el negacionismo hemos topado, amigo Sancho¨.