La administración estadounidense anunció la prohibición de vuelos charters “privados” con destino a Cuba. La forma en que se realizó el anuncio provocó que muchos asumieran el fin de todos los vuelos charters a la isla. Luego se esclareció que sólo los completamente “privados”, o sea, los que generalmente realizan empresarios de alto nivel o estrellas del espectáculo. La manera en que muchos fueron conducidos al error, despertó suspicacias dentro de la comunidad cubano-americana.
Casi a mediodía del 13 de agosto del año en curso, una amiga me enviaba desde México el comunicado oficial del Departamento de Estado norteamericano, en el cual Mike Pompeo-secretario de esa entidad- instaba al Departamento de Transporte a que cancelara de manera definitiva todos los vuelos “chárter privados” a la isla de Cuba. Mi reacción y la de muchos de mis colegas y contactos cubanos radicados en los Estados Unidos no se hizo esperar. La administración Trump nos jugaba otra mala pasada. A diferencia de los vuelos comerciales y sus claras restricciones de peso y medidas para los equipajes, los vuelos charters ofrecen la posibilidad de aliviar a las familias llevando a la isla mayor cantidad de medicinas, comida, misceláneas, electrodomésticos, muebles o pequeños medios de transportación (bicicletas y motos eléctricas).
Esa medida vendría a unirse a otras ya establecidas e igualmente arbitrarias: suspender los vuelos comerciales (octubre 2019) y suspender los chárter que, en ambos casos, aterrizaran en los aeropuertos de provincia (enero 2020). No uso aquí el adjetivo “arbitrario” a la ligera, y es que siguiendo la lógica gubernamental norteamericana y su objetivo de impactar financieramente a la alta cúpula militar cubana, tendría sentido que dicha cancelación de vuelos fuera absoluta y no selectiva. Siendo que efectivamente el mayor número de vuelos diarios que despega desde Estados Unidos hacia Cuba, tiene como destino final La Habana.
Sin embargo, con la nueva medida, se confirma que esa selectividad entra en consonancia con lo que al parecer fue un malentendido este 13 de agosto. Me explico mejor: suspender los vuelos comerciales y chárter a provincia no socavaría las arcas del Estado del todo; pero provocaría bienestar entre ese grupo de exiliados cubanos en USA, esos a quienes hemos terminado identificando como “ala dura” . Bienestar que se traduce en votos que el actual presidente Donald Trump pretende ganar .
Pero a la vez, como es de todos conocido, el cambio generacional en Florida, específicamente en el condado de Miami Dade, ha generado un voto azul (demócrata) en las tres últimas elecciones presidenciales; debido a la incorporación de las nuevas oleadas de migrantes cubanos de la post crisis migratoria de 1994 -en su mayoría con fuertes conexiones familiares y afectivas en la isla.
Si volvemos a analizar los beneficios de la anulación de vuelos comerciales y chárter a provincias, con el paralelo del mantenimiento de esos mismos vuelos a La Habana, encontramos que por un lado propiciaron cierta placidez en el histórico sector cubano de voto republicano; mientras que por el otro, continuaron aliviando a aquellos altamente interesados en las visitas familiares y de negocios. Además del obvio dividendo financiero que todos esos vuelos suponen para las compañías aéreas norteamericanas que los manejan. Se trata sin más de lo que en inglés llamarían un “win-win situation”. Todos ganamos.
¿Cómo me hago regresar entonces a mi error del 13 de agosto del 2020 y cómo lo encadeno con lo hasta aquí expuesto? Pues revisando la declaración de Pompeo con cuidado y advirtiendo que no, que no han sido cancelados los chárter que han estado volando a La Habana y en los que familiares, amigos e inversionistas podrán seguir llevando cargas más pesadas y de mayores dimensiones a la isla, sino que la prohibición ha sido limitada a los “chárter privados”. Un oxímoron del que solo mi colega y excompañera de estudios filológicos, Yoani Sánchez, me ayudó a salir. Y digo oxímoron/contrasentido interno porque todo chárter, por definición y esencia es un vuelo privado. Uno que puede ser arrendado lo mismo por una persona independiente en capacidad financiera para hacerlo o por -tal es el caso de los que vuelan con más frecuencia a Cuba- una compañía aérea determinada.
¡Eureka! Nos confundimos porque somos solo humanos. Porque vamos de prisa. Porque la avalancha de noticias nos supera. Porque estamos heridos. Porque es tiempo de elecciones. Pero sobre todo porque es un anuncio visceralmente ambiguo.
Pero tranquilos que siempre vendrá la doble valencia para salvarnos.
Y es que ya ha quedado claro. No, no son los chárter que usamos los migrantes de clase media y media baja para llevarle a los viejos el televisor o la nevera. No, esos siguen: ¡Puntos para Trump! gritan desde las gradas quienes han estado tan expuestos a la retórica dolida del exilio histórico que están dispuestos a pegarse tiros en el pie y enterarse más tarde. No. Son solo los “chárter privados”, los que usan los millonarios, deportistas, artistas y unos pocos hombres de negocio cuando una vez al año aterrizan en la isla: ¡Puntos para Trump! gritan también en las gradas contrarias; pero ahítos de esperanza, quienes han visto cómo la vida se les va atrapados entre el fantasma de un comunismo que en Cuba fracasó tanto como en Europa del Este hace más de treinta años (no importa que pervivan las consignas) y la promesa del próximo candidato republicano que solo los usa como peones electorales.
Sí, la administración lo ha hecho otra vez. Nos ha lastimado, pero a medias. Cuando pase el virus regresarán los chárter y volveremos como hijos pródigos a abrazar a los nuestros. Y si somos de provincia, tomaremos la ahuecada carretera central hasta llegar a la casita que, más húmeda que antes; pero igual de limpia, nos espera con casi todo lo que amamos dentro.
Y sí, también hay que entenderlo: Trump y su gobierno, con esta medida de mano dura contra el régimen continuista-castrista de Díaz Canel, desestabilizará a esa cúpula enriquecida del poder y el año que viene y en La Habana, los señores que todavía sueñan con regresar a una Cuba libre, mientras toman su cafecito en el Versailles, podrán hacerlo.
Y es que así lo piensan los unos y los otros ahora mismo mientras intentan decodificar esta nueva medida que parece errónea; pero que no lo es, porque consigue convocarnos en su retruécano, efectismo e intento de someternos a otros cuatro años de políticas fallidas a nivel global y en donde la transición democrática en Cuba seguirá sin ser una prioridad.
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