El nacionalismo de las vacunas: la nueva normalidad

El nacionalismo de vacunas solo va a reactivar innecesarios conflictos geopolíticos, creando cortes de las cadenas de suministros y manufactura que aumentarán la decadencia económica de muchos países. Más allá de las cuestiones éticas o ideológicas, optar por las políticas nacionalistas a la hora de hablar de las vacunas no solo es contrario a los propios intereses económicos y estratégicos de cualquier país; es aplicar un paliativo a la pandemia mientras se espera la reinfección procedente de aquellos a los que se ha negado ayuda.  Un acuerdo de aplicación internacional de las vacunas no solo sería la opción más justa, sino también la más acertada.

 

Desde una fuente seria y científica como es Medscape, queremos recopilar información actualizada sobre un tema álgido: el de la vacuna contra la enfermedad COVID19.

Hasta Septiembre 4 y con la información que hay disponible, los expertos coinciden en este punto: Aun cuando se tengan disponible vacunas efectivas y seguras, no será una solución total ni rápida para la pandemia.

“Todos esperamos tener una serie de vacunas eficaces que puedan ayudar a prevenir la infección”, dijo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, en una conferencia de prensa el pasado 3 de agosto. “Sin embargo, no existe una solución milagrosa en este momento, y puede que nunca la haya”.

Barry Bloom, PhD, experto en enfermedades infecciosas e inmunología en Harvard T.H. Chan School of Public Health, es aún más directo: “Eso no va a suceder. Primero, no se vacunará a suficientes personas. En segundo lugar, para quienes la toman, es posible que la vacuna solo ofrezca una protección parcial contra el virus. Me preocupa la disponibilidad incompleta, la protección incompleta, la falta de voluntad de una parte de un país para vacunarse. No se trata solo de recibir una vacuna. Es usarla apropiadamente. Las vacunas no previenen nada. La vacunación si lo hace”.

Expliquemos esto:

Ya se ha dicho que la protección comunitaria o inmunidad de rebaño le quita al virus la posibilidad de propagarse fácilmente. Ocurre cuando suficientes personas se vuelven inmunes, ya sea porque se han recuperado de la infección o porque se han vacunado contra ella. Por lo general, el umbral de inmunidad colectiva para una infección se encuentra entre el 70% y el 90% de la población.

Aún no sabemos dónde está el umbral para COVID-19 porque todavía hay grandes preguntas sin respuesta sobre cómo responden nuestros cuerpos al virus o una vacuna contra él.

Cuando se aprueben por primera vez las vacunas contra COVID, los suministros serán escasos. Por ejemplo, inicialmente puede haber dosis suficientes para 10 millones a 15 millones de personas en el caso de  los EE. UU. Las primeras inyecciones estarán reservadas para las personas que más las necesitan y esa cifra está muy lejos de alcanzar la inmunidad de rebaño.

Imaginemos por un momento que el objetivo de la operación Warp Speed de entregar 300 millones de dosis de vacunas seguras y efectivas para Enero de 2021 se cumple. El gobierno de EE UU está gastando miles de millones para producir dosis de vacuna que pueden desperdiciarse si los ensayos clínicos no demuestran que sean seguras y efectivas. Pero, imaginemos que se logra.

¿Se van a vacunar esos 300 millones?

No solo el movimiento antivacunas ha cobrado gran fuerza con los mensajes dudosos y conspiranoicos incentivados por Trump. Una encuesta reciente de Gallup encontró que el 35% de los estadounidenses, o aproximadamente uno de cada tres, no planea recibir la vacuna COVID-19, incluso si es gratis. Entre los dos tercios de los estadounidenses que dicen que serán inmunizados, un gran número planea esperar. Una encuesta también reciente de STAT encontró que el 71% esperará al menos 9 meses para recibir sus vacunas.

El director general de la OMS,  también mencionaba en esta conferencia: “Vivimos en un mundo globalizado, los países dependen unos de otros, y si no eliminamos este virus en todas partes no podremos reconstruir ninguna economía¨.

Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas y conocido asesor del presidente Trump, se expresaba en esa dirección el pasado 25 de abril en un webinar de expertos organizado por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos y decía: ¨Será crucial asegurar que una vacuna exitosa se distribuya equitativamente en todo el mundo. Tenemos que estar seguros que el planeta tiene acceso a las vacunas y que no deben concentrarse en unas pocas naciones¨.

Y es que hay que recordar que en los 120 días posteriores a la aparición del nuevo coronavirus ya se había extendido por casi todos los países de la tierra. O sea imaginemos que se producen 300 millones de vacunas y el 70% de la población norteamericana accede a ponérsela ¿Qué pasa con el resto de los paises en cuánto viajes y comercio? ¿Cuántos muros nuevos se deben construir para impedir la inmigración? ¿Por cuánto tiempo las fronteras permanecerían cerradas a cal y canto hasta que el resto del mundo resuelva su problema?

Es por eso que líderes con sentido de estado y juicio común como Angela Merkel han descrito la vacuna contra el coronavirus como un ¨bien de salud pública para toda la humanidad¨.

Y sin un esfuerzo común, poco se va a lograr. En el área de producción masiva de la vacuna estos esfuerzos comunes van a ser imprescindibles.

La globalización y esta pandemia han puesto de manifiesto la interdependencia de todos los países en relación a la producción y compra de medicinas y vacunas: hasta 1995, Estados Unidos, Japón y Europa eran responsables de la producción del 90% de ingredientes farmacéuticos activos; ahora, alrededor del 80% de estos componentes son producidos en China e India. En concreto, India será una pieza clave a la hora de producir vacunas en cantidades masivas. Los cálculos establecidos por la asociación comercial farmacéutica IFPMA oscilan entre 12.000 y 15.000 millones de dosis para la cobertura de la población a lo largo de todo el globo terráqueo. Teniendo en cuenta cifras de esta magnitud, India (calificada habitualmente como «la mayor farmacia del mundo en desarrollo) está obligada a jugar un papel determinante, con compañías como Serum Institute of India, el mayor fabricante de vacunas a escala mundial, cuya producción ha alcanzado en años anteriores, aproximadamente, los 1.500 millones de dosis anuales.

La cadena de producción de las vacunas muestra, de hecho, la práctica imposibilidad de que un solo país contenga todas las piezas para producirla de manera autárquica: los componentes y los distintos procesos saltan entre países tan distintos y distantes como China y Suecia.

Ante el criterio de expertos que considera clave la cooperación en la producción y la distribución equitativa de vacunas para erradicar la pandemia se opone la postura de algunos líderes de países muy influyentes como el Reino Unido, Rusia, Brasil o Estados Unidos que han elegido una aproximación mucho más nacionalista, no solo por las ventajas económicas que puede suponer ser el primer productor de la vacuna sino por la sensación de prestigio y poder que le comunican al electorado de sus paises.

No es una sorpresa. El movimiento nacional populista ha tenido auge en los últimos años, fruto de las desigualdades económicas que dejan abiertas las esperanzas al proteccionismo paternalista y al vendedor de sueños.

Este particular nacionalismo no solo guarda relación con la utilización de un instrumento sanitario en función de los intereses nacionales (como ya ocurre con la noticia de Donald Trump de un programa de producción de vacunas exclusivamente para norteamericanos y el anuncio errático de disponibilidad de dosis en Noviembre, justo a tiempo para las elecciones generales) o la posible exclusión de otros países, sino también con la vertiginosa carrera hacia su propia adquisición.

Así vemos las compras adelantadas entre algunas potencias económicas y la industria farmacéutica, una movida tenebrosa que acumularía las vacunas en unos pocos países, llevando al desabastecimiento en muchas partes del planeta, especialmente en aquellos lugares donde la economía es más débil. Y el exceso de demanda que esto cause, repercutirá en el alza de los precios.

La OMS intenta evitar este desastre competitivo del ya llamado ¨nacionalismo de vacunas¨ y la posible especulación con iniciativas como el Acelerador ACT, con el que se quiere generalizar el acceso a vacunas, tratamientos y diagnósticos en los países en desarrollo. La organización mantiene una lista de 170 candidatas a vacunas y de ellas 26 están en fase de ensayos clínicos más avanzados. Sin embargo aunque el proyecto más prometedor ruso se encontraba en esos 26 finalistas, hace dos semanas anuncian que su producto ya está listo. La Sputnik V (hasta el nombre es ideológico) no es sin embargo una de las nueve que el programa Acelerador ACT incluye en el grupo COVAX, aquéllas que según la OMS están más avanzadas y cuya producción y distribución global promocionaría.

El adelanto desesperado de las fases de ensayo puede traer consigo riesgos de efectos secundarios y/o de inefectividad de la vacuna, lo cual aumentaría el desasosiego que ya existe en la población y que se acentúa por los mensajes muchas veces sensacionalistas de los medios de comunicación.

Cuba por su parte ya anuncia la Soberana 1 que ni siquiera estaba en la lista de la OMS y no dudamos que China busque un nombre patriótico para su vacuna. El propio Trump si pudiera controlar la producción del monstruo farmacéutico Moderna, seguro que la llamaría MAGA.

El nacionalismo ha probado sus efectos desastrosos y aplicarlo a la hora de gestionar la pandemia y sus posibles soluciones tendrá consecuencias catastróficas, algunas ya las estamos viendo.

El nacionalismo de vacunas solo va a reactivar innecesarios conflictos geopolíticos, creando cortes de las cadenas de suministros y manufactura que aumentarán la decadencia económica de muchos países. Más allá de las cuestiones éticas o ideológicas, optar por las políticas nacionalistas a la hora de hablar de las vacunas no solo es contrario a los propios intereses económicos y estratégicos de cualquier país; es aplicar un paliativo a la pandemia mientras se espera la reinfección procedente de aquellos a los que se ha negado ayuda.  Un acuerdo de aplicación internacional de las vacunas no solo sería la opción más justa, sino también la más acertada.

Como expresó recientemente el científico Jeremy Farrar, miembro del equipo asesor del Gobierno británico y director del prestigioso centro de investigación médica Wellcome Trust: “Al menos que el mundo se comprometa a llevar las soluciones basadas en la ciencia a todos los rincones del mundo, no acabaremos con esta pandemia”.

La suerte está echada.

 

 

 

 

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