Con la muerte hoy de Ruth Bader Ginsburg las líneas de batalla están tan claras como recrudecidas al máximo: Trump tiene el campo libre para nominar y confirmar otro juez conservador a la Corte Suprema, incluso si perdiera las elecciones en noviembre, dándole una supermayoría de 6 a 3 a los conservadores. El último presidente que puso a tres jueces en la Corte Suprema durante su primer período de mandato fue Nixon. Puesto que el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, acaba de anunciar que el aspirante que nomine Trump recibirá un voto, solo la deserción de cuatro senadores republicanos puede prevenir este resultado.
Ruth Bader Ginsburg, una mujer y jurista excepcional que tendría un lugar garantizado en los anales de la historia aún si no hubiera sido jueza de la Corte Suprema, no quería ese resultado. Hace solo unos días le dijo a su nieta que “mi más ferviente deseo es no ser reemplazada hasta que no haya otro presidente”. Poco le van a importar los deseos de Ginsburg a un Mitch McConnell sin escrúpulos ni ética, que no dudó en usar su poder para bloquear la nominación de un juez por el presidente Obama por más de 400 días. McConnell es un hiperpartidista cuyos únicos objetivos son entronizarse en su silla de senador por Kentucky y su puesto de líder del Senado, y poner a tantos jueces conservadores en todos los niveles como sea posible. Ese es su legado.
Por su parte los Demócratas se encuentran ante una situación difícil sin muchas opciones. Está más que claro que no hay manera posible de influenciar a McConnell o a Trump para postponer la nominación hasta después de las elecciones, a pesar de que el mismo McConnell dijera hipócritamente en el 2016 que “el pueblo americano debe poder elegir quién nomina” cuando bloqueó al juez Merrick Garland por más de un año. (Incidentalmente, cuanto más un político invoca al “pueblo americano” más descaradamente está violando la confianza de ese pueblo.) La Constitución es clara, el presidente puede nominar a quien quiera y cuando quiera y el Senado confirma por simple mayoría. La única esperanza de los Demócratas es que senadores centristas como Murkowski, Collins y Romney voten no, pero aún así necesitarían otra deserción, de lo contrario el vicepresidente Pence puede romper el empate en la votación. Y por otra parte, confiar en Murkowski y Collins no les ha dado resultado en otros casos como la lucha sobre la confirmación del juez Kavanaugh. Las senadoras cultivan una imagen de independencia pero en realidad casi siempre votan en armonía con el bloque Republicano.
A mi juicio el resultado más probable es que Trump nomine y McConnell confirme un juez conservador más. Dado que la Corte Suprema es de por vida, un juez relativamente joven como Roberts, Gorsuch o Kavanaugh podría estar en el puesto por 20 años o más. La única opción del presidente Biden, si ganara y si el Senado cambiara de manos a los Demócratas, sería aumentar el número de jueces en la Corte, posiblemente de 9 a 13 (esto se conoce como “court packing”.) Biden tendría la potestad de nominar a esos nuevos cuatro jueces y el Senado de mayoría Demócrata los confirmaría. Esto no se ha hecho nunca en la historia de Estados Unidos y significaría una escalada aún mayor en las guerras judiciales, pero que en mi opinión estaría más que justificada dado la manera en que los Republicanos han atropellado todas las normas anteriores. A una guerra se va a ganar.
La Corte Suprema es la institución más poderosa de EEUU. Tiene la palabra final sobre la interpretación de las leyes que pasa el Congreso y la constitucionalidad de las acciones ejecutivas del presidente. Al ser la Constitución del país bastante general y ambigua en muchos términos, le da una extraordinaria latitud a la Corte para interpretar con un sesgo ideológico, aunque en teoría no deberían. A los que se lamentan de que hayamos llegado aquí, un recordatorio: las elecciones tienen consecuencias. No votar por Hillary Clinton por despecho o apatía resultó en dos y ahora muy posiblemente tres jueces conservadores que pueden hacer retroceder mucho progreso social. De nada vale quejarse ahora. Las cartas están echadas, no solo hay que elegir a Biden sino destronar a tres senadores republicanos, además de defender el asiento de Doug Jones en Alabama (los más vulnerables son Cory Gardner en Colorado, Marta McSally en Arizona y Susan Collins en Maine.)
Y descanse en paz Ruth Bader Ginsburg.