Lo que rompió Trump: la celebración de la democracia.

Cada cuatro años nos reunimos en Washington, y a lo largo del país, para celebrar una transición presidencial más en una larga línea democrática de más de dos siglos. Luego de cruentas batallas electorales, donde partidarios de uno y otro bando debaten con pasión, al menos en algo estábamos de acuerdo: el perdedor aceptaba y el país continuaba su rumbo bajo otra administración y con el de una oposición leal. Cientos de miles de los partidarios del ganador se reunían en frente al Capitolio Nacional para participar en la fiesta conmemorativa de la democracia., y las pantallas de televisión se llenaban de imágenes de ciudadanos celebrándola.

No esta vez. No vamos a poder celebrar porque un narcisista patológico ha decidido que su frágil ego no le permite aceptar la derrota. Un aprendiz de tiranuelo ha dedicado su último año como presidente a socavar el sistema electoral y la confianza en las instituciones, afirmando, mentira tras mentira, que la elección le fue robada. Miles de sus seguidores, zombies llenos de resentimiento y odio, decidieron tomar el Capitolio violentamente en un acto de sublevación inédito en la historia de EEUU. Y millones de sus seguidores aún continúan repitiendo cual papagayos descerebrados las mentiras de un embaucador profesional. Los mismos zombies y papagayos que hace cuatro años tuvieron la libertad de celebrar a voz en cuello la inauguración del presidente por el que votaron.

El Capitolio, el Mall y los edificios adyacentes parecen una ciudad sitiada, con barricadas, rejas infranqueables y alambre de concertina de púas –el día en que deberíamos estar ecelebrando que por primera vez una mujer ha sido elegida a uno de los dos cargos públicos más altos del país. Más de 25,000 tropas se acuartelan en estado de alarma, más que la suma de los efectivos en Iraq y Afganistán –en la víspera de la inauguración del presidente por el que más millones de americanos han votado. Soldados americanos acampan en el monumental atrio de accesso de visitantes al Capitolio, con sus fusiles llenos de balas listas para ser usadas contra otros americanos. Y sus representantes, de uno y otro partido, compran chalecos antibalas y tienen que pasar por detectores de armas. Una plaza sitiada por el miedo no es un buen símbolo de democracia.

Los americanos de bien, no importa de qué signo político, vamos a tener nuestra celebración sea como sea. Vamos a esperar confiados en la fuerza de las instituciones, a que las aguas tomen su nivel y el país, bajo un liderazgo responsable, se dedique a atender la mayor crisis de salud pública de su historia. Pero no vamos a olvidar, en la estela de destrucción dejada por Trump y sus partidarios, el día que vimos la inauguración a través de las rejas.

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