Por Zuleidys Pérez Velázquez
Las mujeres son la mitad de la población mundial, y en Cuba esa cifra es similar, las mujeres cubanas son la mitad de la población de la isla.
En nuestro país, pese al relato oficial, subyace y persiste en todas las estructuras de la sociedad y del Estado ese sistema patriarcal y machista, en el que aún perduran los estereotipos de la mujer como imagen del buen hogar, como madre destinada a la procreación y el cuidado de los hijos y ancianos, y también como la fábrica del trabajo doméstico. Inevitable que, en este posicionamiento forzado, sigan siendo víctimas de discriminación por esa otra parte de la sociedad que dice reivindicarla, víctimas de su violencia física, verbal, psicológica y sexual.
A pesar de que las mujeres “gozan” de algunos derechos en materia de educación, empleo, salario, derechos sexuales y reproductivos (el 66 % de las mujeres son profesionales y técnicos del país) hay una carencia de políticas públicas por parte del Estado, por ejemplo, en la ausencia de un debate sobre la ley de género y contra la violencia. También se carece de canales apropiados para satisfacer las inquietudes y las necesidades de las mujeres, al tiempo que se pierden alcances sociales básicos en materias de educación y de salud. En zonas rurales, por ejemplo, es visible como muchas jóvenes regresan al hogar familiar luego de cursar la educación básica elemental.
Ahí están también los datos y la evidencia de la gran existencia de mujeres jóvenes con hijos menores, embarazadas y solteras, y de profesionales desocupadas o que ejercen otro tipo de actividades poco remuneradas. Mujeres que son empleadas, no propietarias, en la pequeña empresa; vendedoras ambulantes; revendedoras en bazares improvisados, todas desamparadas por el gobierno y subsistiendo en condiciones de vida infrahumanas dentro de sus comunidades. Y, dado su rol culturalmente prefijado, ellas sufren más la ausencia de libertad y las necesidades económicas que impactan a la sociedad en general. Algunas féminas encuentran un camino en el comercio sexual, con todas las consecuencias que ello conlleva para la reproducción de la violencia de género.
En términos políticos, estas circunstancias sociológicas tienen una doble consecuencia: la indiferencia ante las organizaciones o instituciones que dicen representar a las mujeres ya sea en el parlamento u otras instituciones del Estado, donde la representación femenina, que no feminista, está concebida y es percibida como correas de género para los intereses de un partido único de prevalencia masculina. De hecho, el gobierno cubano se precia de tener el segundo parlamento, después del de Kenia, con más presencia de mujeres, un dato que muestra el divorcio entre presencia y representación. De ese parlamento no ha salido ni una sola legislación específica a favor de las inquietudes identitarias de las mujeres. La Federación de Mujeres Cubanas constituye una institución totémica de las políticas anti-género, pues esta supuesta organización de la sociedad civil es mayoritaria ineficiente y de cultura reaccionaria en cuanto a las ideas predominantes en la conversación sobre el feminismo.
Otra consecuencia es el desinterés por la política alternativa y democrática. Es cierto que ha venido proliferando un tejido interesante de organizaciones, proyectos y alternativas en el ámbito de género, del cual yo participo a varios niveles, pero existe una distancia significativa entre el activismo y el sector mujeres, y de este con los temas fundamentales del feminismo en sus diferentes olas. Esto se refleja, en el ámbito alternativo, en el lugar y el papel que ocupamos las mujeres en el campo de la lucha política por la democracia en Cuba, salvo algunas excepciones.
De manera que las mujeres, tanto en el ámbito doméstico como en la realidad barrial y en su diario esfuerzo por articular a la familia, y sobre todas las cosas, en la participación en la verdadera y profunda toma de decisiones que pudieran cambiar la situación del país, seguimos asumiendo roles de géneros asignados por una cultura que nos mantiene atadas y subordinadas a las agendas masculinas.
Mientras en Cuba no existan una verdadera sociedad inclusiva y participativa que promueva la igualdad de género en todos los ámbitos, un modelo económico y social de desarrollo, un sistema democrático, con un gobierno transparente que respete los derechos humanos, las libertades fundamentales y el estado de derecho, las mujeres no podremos hablar de participación política real.
El trabajo de las mujeres progresistas que represento se encamina desde ahora hacia ese objetivo.
Zuleidys Pérez Velázquez
Miembro de Arco Progresista
Coordinadora de la Red de Líderes y Lideresas Comunitarias y de la Propuesta2020
Miembro de la Plataforma Femenina