República Luminosa y el racismo latinoamericano

Viví durante cinco años en ciudades latinoamericanas como Bogotá y Ciudad de México, donde pocas cosas son tan normales como la miseria. En esa región, la pobreza es mucho más esparcida y visible que en países ricos, en los cuales, como en EUA, la encuentras circunscrita a barrios marginales de minorías o de inmigrantes, históricamente delineados, en muchos casos por leyes, para proteger la seguridad y no perturbar la paz de los más pudientes.

En su novela, República luminosa, Andrés Barba toma un hecho real, el de una comunidad de niños mendigos en Rusia, que crearon una ciudad en las alcantarillas, y la convierte en una fábula hispanoamericana sin una moraleja específica, con hilos de realidad, fantasía e influencias del canon literario. Se hace alusión de trasfondo a un libro seminal sobre la salvaje naturaleza humana vista a través de la puerilidad y la ingenuidad, El señor de las moscas, en el cual, un grupo de niños educados, de clase alta, ingleses, quedan varados en una isla desierta y construyen una comunidad cruel.

Lo más impactante para mí de la novela de Barba está esbozado en el siguiente extracto.

“Es verdad que los niños ñee [nativos indígenas de la región] estaban sucios y sin escolarizar, es cierto que eran pobres y que la miopía de la sociedad de San Cristóbal [ciudad donde ocurre la trama] daba por descontado que eran irrescatables, pero su condición de indígenas no sólo suavizaba ese estado, sino que en cierto modo lo hacía invisible. Por muy lastimosos, sucios y a menudo afectados por enfermedades víricas que los viéramos, ya nos habíamos inmunizado contra su situación. Podíamos comprarles alguna orquídea o bolsita de limones sin alterarnos: aquellos niños eran pobres e iliterados como la selva era verde, la tierra roja y el río Eré cargaba toneladas de fango.”

Los niños ñee son miserables y a nadie le importan. En Colombia, tanto como en México, viví rodeado de niños ñee; se drogaban en las esquinas, vendían flores a las afuera de super mercados, cargando a sus hermanitos, no iban a la escuela, y no tenían referentes ni conexiones en la civilización que prosperaba a su alrededor. Un mundo dominado por personas de rasgos un poco menos indígenas, herederos de familias privilegiadas, más mezclados con europeos. Los niños mendigos en Latinoamérica suelen ser persistentes, a veces había que quitárselos de arriba como si fuesen moscas, como un turista se sacude de arriba a un vendedor ambulante. Pero esto no los hacía menos invisibles. La miseria constante, en barrios olvidados, que suele ir acompañada de una raza, sea indígena, negra, u otra, se hace parte de la narrativa de las regiones y así es aceptada. Se han hecho numerosos estudios que demuestran que la gente tiende a brindar ayuda a un niño solo en una calle o en un super mercado, si este es blanco, tiene los ojos azules y es rubio, pues esa raza no se ajusta a la típica imagen de la pobreza.

Muchos años después viví en Baltimore, una ciudad relativamente menos segregada que otras en EUA, y a pesar de que allí no había niños ñee, sí había comunidades hispanas y afroamericanas condenadas a encajar en los estereotipos de criminales o trabajadores explotados.

República luminosa no es una novela sobre el racismo, ni sobre desigualdad social. Con las formas de los más hábiles escritores hispanos, Artl, Borges y Bolaños, Barba toma estos trasfondos y narra una historia inquietante. El resultado es a veces demasiado distante, su sordidez, vista a través de la belleza ineludible de la literatura, tiende a perderse, traicionando al espanto de la realidad.

Los niños ñee, no son los protagonistas, sino un grupo de treinta y dos preadolescentes ferales, que aparecen de la nada y rompen el balance social de la ciudad donde ocurre la trama. Al principio, debido a sus similitudes con los ñee, los treinta y dos pasan inadvertidos. Hablan un idioma extraño, viven en las afueras de la ciudad y vagabundean. Con el tiempo, la comunidad empieza a notar sus diferencias y los trata con mezquindad. Los niños se revelan ante el rechazo y terminan cometiendo disturbios. En respuesta, los ciudadanos y el gobierno siguen todos los pasos contraindicados, nadie considera brindarles ayuda, terminan alienándolos más y más, empujándolos a cometer crímenes. Se vuelven por entero rebeldes y esto los hace seductores hacia los niños civilizados, quienes terminan obsesionados, fascinados, idolatrándolos. El final estó hilado con una lógica siniestra.

La crudeza de la temática y la forma narrativa de República luminosa tiene vigencia en cualquier sociedad donde todavía queden grupos inadaptados, ignorados por líderes privilegiados y desconectados de la realidad. Es una señal de alarma para todos los países latinoamericanos e incluso para EUA. Sus ingredientes son los más macabros: marginalidad infantil, la culpa irremediable del funcionario inepto, niños miserables y criminales.

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