El SARS Cov2, una familia del coronavirus, comparte con la historia del VIH varias similitudes: una transmisión entre especies, una respuesta de negación del gobierno de los Estados Unidos (y de otros), la búsqueda desesperada de un tratamiento eficaz y ninguna vacuna todavía. Lamentablemente, también comparten una larga historia de discriminación y división de clases ligada a la inacción del gobierno durante epidemias anteriores.
A principios de 1900, un virus fue transferido de chimpancés a humanos a través del suministro de alimentos en algún lugar cerca del río Congo. De allí viajó a Europa, incluso a Haití, y finalmente encontró su camino a los Estados Unidos alrededor de 1969. Se desconoce exactamente cuántas personas se infectaron o murieron a causa de este virus antes de eso debido a su largo período de incubación (hasta diez años en algunos casos).
Los primeros casos detectados de SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) se descubrieron entre la población gay de California en 1981. El SIDA fue la enfermedad provocada por ese virus, el VIH, que fue aislado como retrovirus en 1984.
Siete años pasaron desde los primeros casos descubiertos hasta que el presidente Ronald Reagan reconoció públicamente la existencia de la epidemia en Mayo 31, 1987. Antes de eso, la Casa Blanca respondía a preguntas sobre el SIDA con bromas sobre la homosexualidad.
Incluso el CDC (siglas en ingles del Centro de Control de Enfermedades Transmisibles) se refería despectivamente a la población enferma con SIDA como el Club 4-H (homosexuales, hemofílicos, haitianos y heroinómanos), como si las trabajadoras sexuales y los hombre heterosexuales fueran inmunes.
Desde la aprobación de Azidotimidina (AZT) en 1987, hasta los cócteles retrovirales en 1996 y hasta el uso de Truvada como profilaxis previa a la exposición (PrEP) en 2012, el SIDA se ha llevado miles de vidas, llegando incluso a constituir la principal causa de muerte para todos los estadounidenses de 25 a 45 en 1994. No hay vacuna disponible hasta el día de hoy.
El SARS Cov2, una familia del coronavirus, comparte con la historia del VIH varias similitudes: una transmisión entre especies, una respuesta de negación del gobierno de los Estados Unidos (y de otros), la búsqueda desesperada de un tratamiento eficaz y ninguna vacuna todavía. Lamentablemente, también comparten una larga historia de discriminación y división de clases ligada a la inacción del gobierno durante epidemias anteriores.
En 1863, la tasa de mortalidad por un brote de viruela afectó significativamente más a ex esclavos que a los blancos. Y para cuando se lanzó una alerta oficial en 1867, las víctimas mortales habían alcanzado casi 50.000, la mayoría eran negros. Esto era evitable: a finales del siglo XVIII, había una vacuna y protocolos de cuarentena para prevenir la propagación de este virus.
La pandemia de coronavirus también está exaltando las disparidades en la atención médica en Estados Unidos: Un informe reciente de investigadores de amfAR, encontró que los condados en los que al menos el 13% de la población es negra representan el 58% de las muertes por COVID-19 y el 52% de los casos en todo el país. Aunque esta situación puede atribuirse en parte a la prevalencia de riesgos para la salud (diabetes, hipertensión, obesidad) entre las comunidades negras, no hay duda que es una población más vulnerable debido a las condiciones sociales y al acceso limitado a la atención médica.
Es un hecho que gracias a todas las investigaciones y esfuerzos avanzados relacionados con el VIH en los últimos 30 años, ahora somos capaces de movernos a toda velocidad en los campos de la virología, farmacología, inmunología, etc. con respecto a COVID 19.
Eso, sin duda, ha cambiado.
Pero el sesgo, el estigma y la negación siguen siendo tan omnipresentes como siempre.
¿Cuándo aprenderemos?