Otro asesinato masivo y una vez más con armas de asalto autorizadas en casi todos los Estados Unidos. Hace solo unos días, un hombre blanco de 21 años, Robert Aaron Long, fue detenido como autor de tiroteos en tres centros de masajes en Atlanta. En los diferentes ataques fallecieron ocho personas, de las que al menos seis eran mujeres asiáticas. El olor a racismo es penetrante y esperado en un país donde por cuatro años se estuvo falsamente culpando a China de robarse los trabajos del carbón y las fundiciones y donde el expresidente Trump constantemente se refería al coronavirus como virus chino.
El último triste evento ha sido en Boulder, Colorado, donde Ahmad al Aliwi Alissa, un hombre sirio de 21 años (residente en Estados Unidos por 20 años) es el responsable de un tiroteo con un arma de asalto AR-556 en un supermercado en el que murieron 10 personas, incluyendo un policía. Y esto sucede solo diez días después que un juez de esa ciudad bloqueara una prohibición de armas de asalto que existía desde 2018. El juez del Tribunal de Distrito del Condado de Boulder, Andrew Hartman, escribió que el tribunal determinó que “solo la ley estatal (o federal) de Colorado puede prohibir la posesión, venta y transferencia de armas de asalto y cargadores de gran capacidad”. Debe dormir bien este señor.
Si fuéramos honestos, el obvio elemento común son las armas y le sigue el odio, sea racial, religioso o promovido por ideologías.
Los estadounidenses tienen el 48% de los 650 millones de armas en poder de los civiles en el mundo, eso significa que tienen más armas per cápita que los residentes de cualquier otro país. Y se traduce en que los Estados Unidos tienen una de las tasas más altas de muertes por arma de fuego entre los países desarrollados, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Esto incluye homicidios y suicidios. Porque en homicidios solamente hay paises en Suramérica donde tienen los primeros lugares. Un consuelo de tontos para los defensores y vendedores de armas en Estados Unidos: No están como el Norte de México, pero pican cerca.
Pero lo que se respira en el aire son las sempiternas excusas de la enfermedad mental. Los familiares del asesino de Boulder hablan de antecedentes psiquiátricos: que si el hombre sufría de paranoia y que fue terriblemente acosado cuando niño en la escuela. De Robert, el de los ocho asesinatos de asiáticos en Atlanta, algo aparecerá pronto. Y desde luego que siempre va a ser uno de los argumentos de la defensa para crear la duda necesaria en el jurado y reducir la condena.
Seamos serios. Si cada persona que sufrió de acoso le diera por comprarse fusiles de asalto donde lo permiten e ir eliminando cabezas libremente por el mundo, estaríamos en peligro de extinción en algunos lugares. Y no niego que a Ahmad le hayan apuntado con el dedo muchas veces o le hayan insultado en un país donde la islamofobia crece como la verdolaga. Es el mismo racismo que le costó la vida a las mujeres coreanas de Atlanta.
Gracias a los medios, al cine y los tremendos prejuicios existentes se ha estigmatizado a la enfermedad mental asociándola a la autoría de crímenes y violencia. En realidad es lo opuesto, estas personas son las víctimas: Ya en 2005, una investigación en 936 pacientes con enfermedades mentales crónicas y graves arrojaba que más de una cuarta parte habían sido víctimas de un crimen violento en el último año, una tasa más de 11 veces mayor que la de la población general ( https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1389236/ ).
Las investigaciones científicas señalan una conexión definitiva entre las enfermedades mentales y las muertes por armas de fuego de una manera: los suicidios. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades dicen que más estadounidenses mueren por usar armas en el suicidio que por disparos de delincuentes.
Las percepciones y actitudes públicas hacia las personas con enfermedades mentales son importantes para las políticas públicas, porque las personas actúan sobre la base de sus creencias y tienden a apoyar políticas que asumen que esas creencias y percepciones son verdaderas. Por lo tanto, si los miembros del público en general creen en gran medida que las personas con enfermedades mentales son peligrosas y representan una amenaza para su seguridad personal, también será más probable que el público apoye las políticas y leyes que restringen las libertades de las personas con enfermedades mentales mientras cualquiera se compra un rifle de asalto.
Independientemente de si esas políticas son necesariamente efectivas y justas.
Independientemente de que cualquier desmadrado pueda adquirir ese fusil de asalto y llevarse por delante a quien le venga en gana acrecentado por su odio, su racismo y sin enfermedad mental que lo justifique.
No, la culpa de todo no la tiene el totí de la enfermedad mental.