Elogio del Rencor

El odio es energizante (moviliza grandes emociones), pero el odio enquistado al agresor (el rencor) absorbe la atención, encadena al pasado, impide cicatrizar la herida y, en último término, dificulta la alegría de vivir. Aunque vivir con odio puede verse como una cuestión de supervivencia, es malo para la salud porque genera más malestar, paraliza, y no deja a la persona seguir adelante. Por otro lado, perdonar no es olvidar, y mucho menos aceptar la conducta abyecta del ofensor: es, sobre todo, librarse del dolor. Perdonar es colaborar conscientemente a que la herida se cicatrice, sin cerrar la herida en falso, y luego aprender a vivir con esa cicatriz.

 

Como cualquier mañana, comienzo el día con un café y según me apetezca o leo noticias en la prensa internacional o reviso mensajes. Hoy comienzo por los mensajes.

Otra vez me llegan frases, cartas, memes o cadenas relacionadas con la historia de Cuba en los últimos 60 años. Todos con énfasis en eventos traumáticos, muchos de los cuales experimenté personalmente. Cuando pido y casi imploro (porque algunos son amigos de muchos años) que no sigan metiendo el dedo en la llaga, uno de los argumentos es la necesidad de recordar. Pero ¿podemos olvidar algo traumático o es saludable refocilarnos en el dolor y el odio que genera?

Y estoy hablando de mensajes privados, no de publicaciones en las redes sociales que, dirigidas a esa audiencia, generan atención, polémica y seguimiento de la claque que responde a la llamada del odio.

Por eso me preocupa tanto la polarización y división rencorosa que veo en España y que tiene sus raíces en una guerra civil, en una dictadura y en una transición que sirvió para acomodar los remanentes de una sociedad fragmentada.

O en Estados Unidos, que también arrastra errores de una guerra civil, y limitaciones de una lucha por los derechos civiles que dejó pendiente cambios estructurales, reforma judicial y educación para eliminar prejuicios y que ahora afloran, instigados por el discurso de rencor desde la Casa Blanca.

Hoy también recibo una alerta de los motores de búsqueda de artículos científicos y me llega uno de hace un año, publicado por dos psicólogos vascos sobre recuerdos postraumáticos y modos de afrontar el odio. Muchos saben del tema los vascos, con décadas de violencia y muerte en su país, que hoy, por suerte, ya no existen.  Aunque algunos políticos se empecinan en mencionar a ETA tanto como mis amigos cubanos mencionan a Fidel Castro, este último reducido a cenizas.

De este magnífico trabajo, recojo citas de diversos autores que están incluidas en la investigación. Reflejan con fidelidad mi sentir y mi conocimiento profesional en el tema.

No sé si puede ayudar a algunos. A mí, desde luego, me sirve y mucho.

Los recuerdos traumáticos son difíciles de integrar en la biografía de las personas afectadas y pueden interferir de forma significativa en su funcionamiento social, académico y profesional. Pero también hay un afrontamiento inadaptativo (nostalgia, sentimientos de odio y de venganza o conductas autodestructivas) que puede dar cuenta de las dificultades de recuperación en algunas personas.

Las experiencias emocionales intensas son más difíciles de borrar. De ahí que, el elemento especialmente perturbador sea la violencia intencional e injustificada generada por otros seres humanos. Frente a los accidentes, los desastres naturales o las enfermedades las personas suelen resignarse, pero no indignarse.  Estas experiencias postraumáticas son las más proclives a generar odio y rencor a largo plazo.

El odio es energizante (moviliza grandes emociones), pero el odio enquistado al agresor (el rencor) absorbe la atención, encadena al pasado, impide cicatrizar la herida y, en último término, dificulta la alegría de vivir. Se genera un estado de excitación que puede producir tensión muscular, malestar gastrointestinal, hipertensión y sentimientos de sobrecarga. El odio supone un reconocimiento doloroso de la impotencia ante la persona odiada e incluso culpa y autodesprecio. Aunque vivir con odio puede verse como una cuestión de supervivencia, es malo para la salud porque genera más malestar, paraliza, y no deja a la persona seguir adelante.

El olvido activo de sucesos traumáticos cargados de dolor o de emociones negativas (vergüenza, odio o culpa) puede ser una reacción protectora natural para mantener el equilibrio emocional. El objetivo del olvido activo es modular emocionalmente el recuerdo. Es decir, para que exista un buen olvido, debe haber una buena memoria. No se trata de un olvido pasivo o amnésico, sino de un olvido activo, que deja de lado los reproches y el deseo de venganza a partir del reconocimiento expreso de la existencia de los hechos ocurridos.

La capacidad de perdonar puede ser un ingrediente fundamental en la recuperación de la víctima. No se puede cambiar lo que a una persona le ha ocurrido en la vida, pero sí se puede modificar su mirada y su actitud hacia esos mismos sucesos para reinterpretar su significado de una forma más positiva

Perdonar no es olvidar, y mucho menos aceptar la conducta abyecta del ofensor: es, sobre todo, librarse del dolor. Perdonar es colaborar conscientemente a que la herida se cicatrice, sin cerrar la herida en falso, y luego aprender a vivir con esa cicatriz. De este modo, el perdón implica la atenuación de emociones, conductas y juicios negativos

Perdonar puede ser la única posibilidad que posee el ser humano para reelaborar cognitiva y emocionalmente un pasado objetivamente inmodificable. El perdón es una estrategia de atontamiento relacionada con la salud mental y el bienestar, que, entre otros aspectos, posibilita la reducción de los síntomas del trastorno de estrés postraumático.

La fuerza del perdón permite a la persona romper con la irreversibilidad de lo ya sucedido y proyectarla hacia el futuro.

 Tu eliges.

 

 CITAS:

Baron-Cohen, S. (2012). Empatía cero. Nueva teoría de la crueldad. Madrid, España: Alianza Editorial

Davis, D. E., Yang, X., DeBlaere, C., McElroy, S. E., Van Tongeren, D. R., Hook, J. N. & Worthington, E. J. (2016). The injustice gap. Psychology of Religion and Spirituality, 8, 175-184

Echeburua, Enrique  y  Amor, Pedro J.. Memoria traumática: estrategias de afrontamiento adaptativas e inadaptativas. Ter Psicol [online]. 2019, vol.37, n.1

Enright, R. D. & Fitzigibbons, R. P. (2000). Helping clients forgive: An empirical guide for resolving anger and restoring hope. Washington: APA.

Kalayjian, A. & Paloutzian, R. F. (2009). Forgiveness and reconciliation: Psychological pathways for conflict transformation and peace building. New York: Springer.

Mullet, E. (2012). Perdón y terapia. En: F. J. Labrador, & M. Crespo (Eds.), Psicología clínica basada en la evidencia (pp. 137-152). Madrid, España: Pirámide

Picó-Alfonso, M. A., Echeburúa, E. & Martínez, M. (2008). Personality disorder symptoms in women as a result of chronic intimate male partner violence. Journal of Family Violence, 23, 577-588

Rocha, A., Amarís, M. & López-López, W. (2017). El perdón como estrategia de afrontamiento. Una mirada desde el modelo de la complejidad del afrontamiento. Terapia Psicológica, 35, 271-281.

Swan, A. H. & Scott, C. (2009). Complicated grief: Implications for the treatment of post-traumatic stress disorder in couples. Sexual and Relationship Therapy, 24, 16-29

Toussaint, L. L., Shields, G. S. & Slavich, G. M. (2016). Forgiveness, stress, and health: A 5-week dynamic parallel process study. Annals of Behavioral Medicine, 50, 727-735

 

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