David Rockefeller estrecha la mano de Fidel Castro

Estulin, Rockefeller y otras teorías conspirativas. 

Las teorías conspirativas se han hecho más frecuentes entre nosotros. Fidel Castro llegó a recibir en La Habana a un conocido teórico de la conspiración, de igual manera que muchos cubanos del exilio establecieron vínculos ilógicos entre Fidel Castro y Rockefeller. ¿Será que esta mentalidad paranoide nos podrá conducir a los dilemas totalitarios del siglo XX?

Zeitgeist fue una serie documental del año 2007, que pretendía explicar la creación de la Reserva Federal, la intervención americana en la Primera Guerra Mundial, el incidente del golfo de Tonkin, el 11 de septiembre, el fallido golpe de estado a Hugo Chávez en Venezuela y los acuerdos de libre comercio con México y Canadá, como parte de las operaciones de una élite financiera, imparable en su objetivo centenario de llegar a constituir un gobierno mundial. Zeitgeist fue un fenómeno cultural y a pesar de haber pasado más de diez años desde su difusión, las teorías conspirativas se han hecho más frecuentes entre nosotros.

En nuestro patio, las teorías de la conspiración alcanzaron al propio Fidel Castro, quien recibió a un famoso teórico de la conspiración, Daniel Estulin, y le escuchó hablar sobre los peligros de un “gobierno mundial”.  Realmente no habría que sorprenderse, mucho porque en Cuba pese a que el marxismo tiene estatus de ideología oficial inscrita en la constitución, siempre circularon estas teorías ajenas al rigor histórico. Durante años se ha enseñado que el incendio del Reichstag fue obra de los nazis, pese a no haber consenso de los historiadores sobre el hecho. También ha sido presentado hasta en libros de texto, a la voladura del acorazado Maine como un “inside job”. Igual status recibió el golpe del 10 de marzo de 1952, visto como una operación encubierta del gobierno norteamericano, para evitar la llegada al poder del Partido Ortodoxo así como la caída del sistema de socialismo real en Europa del Este, como resultado de una conspiración entre Reagan y Juan Pablo II. Sin embargo, nunca un ideólogo de dichas teorías había recibido semejante atención oficial en Cuba como Estulin.

Del otro lado del Estrecho de la Florida no nos hemos quedado atrás. En medio de los comienzos de la intervención en la guerra civil de Angola, tropas cubanas patrullaron los campos de la Standard Oil Company, Esso, en la frontera con Zaire (actual República Democrática del Congo) evitando que las operaciones de extracción de petróleo se interrumpiesen. Años después, Rockefeller se vería fotografiándose con Fidel Castro. Bastaron estos dos hechos inconexos para suponer que el millonario, bestia negra en el documental Zeitgeist, perteneciente a un supuesto gobierno mundial, protegía a quien estuvo casi cinco décadas en el poder en Cuba. No entiendo cómo podrían lidiar estas teorías con la contradicción lógica de que si Rockefeller protegió al ex-guerrillero durante décadas, entonces al mismo tiempo fuera responsable del intento de golpe de estado a Chávez, hijo ideológico de la revolución cubana. ¿Para qué proteger a quien apoya a tu competencia?

Luego, en 2011, Bill O´Reilly, el conocido presentador de Fox News, publica Killing Lincoln, donde desempolva una teoría de la conspiración decimonónica que solo antes había sido vista  en los cuadernos de Chick Publications -editorial de un sector evangélico opuesto al ecumenismo- que la orden jesuita había estado detrás de la muerte del prócer norteamericano. Solo que esta vez, se insinúa que la financiación del atentado vino de un banco en Canadá, sin especificar los detalles de este complot.

Finalmente desde hace cinco años, al momento en que la Corte Suprema de los EE.UU determinó que los homosexuales podían obtener licencias de matrimonio, súbitamente Putin se convirtió en enemigo del “nuevo orden mundial”. Esto porque Putin esgrimió los derechos de la identidad nacional frente a la decisión del poder judicial norteamericano. No importaba que Putin hubiera invadido Ucrania y anexara Crimea, y luego intervenido en Siria (después de bloquear por años cualquier intento de intervención colectiva que pusiera fin a la guerra civil) y Libia. La Unión Europea, que era casi un ejemplo en la aplicación de los principios del liberalismo clásico en medio del desenfreno presupuestario, con límites al gasto público y clara separación de los poderes, entre otros principios, se convierte en la bestia negra de los que en algunos países de Occidente se llaman conservadores. La imagen de Europa no era ya la de la de los acuerdos Cuatro más dos de 1990, sino la del transgénero que ganara el concurso Eurovisión de 2014. Dos años después, millones de sirios cruzaron la frontera entre Turquía y Grecia desatando un pánico que nos trajo indirectamente el Brexit y la presidencia de Trump.

Desde entonces no pasa un mes sin que se acune una nueva teoría conspirativa y la hipótesis de un gobierno mundial, especie de esencia oculta tras la apariencia de la vida económica y política de un mundo globalizado, se convierte en mercadería corriente en los nuevos medios de comunicación masiva, desplazando los típicos enfrentamientos ideológicos: marxismo y liberalismo. Difícil no ver incluso su impacto en las series que masivamente se difunden a través de plataformas como Netflix. Una de estas, Trotsky, ve a la revolución bolchevique como parte de una conspiración urdida contra el Imperio Ruso por Alemania quince años antes, al gusto de Putin que lo mismo regala una estatua a Belgrado del zar asesinado que prohíbe contabilizar las víctimas de Stalin.

Quizás se trata del intento de dejar atrás el siglo XX, donde ambas ideologías arriba mencionadas se enfrentaron a nivel político, aunque a la larga cada una tomó de su adversario, de manera que lo iniciado trágicamente en 1917, terminó como una farsa en 1990. Quizás sea consecuencia casi un siglo después de lo que Ortega y Gasset considerara como “rebelión de las masas” o Horkhaimer como parte del carácter mítico de la cultura intelectual heredera del positivismo. Lo que no parece de manera alguna dicho intento es el de tener relación con el posmodernismo, que tanto ha influido en la vida académica y a juzgar por los conservadores está detrás de las movilizaciones que han sacudido a los EE.UU este año. Cualquiera fuera la ruta escogida: la de Ortega o la de Horkheimer se llegaba a las alternativas: razón-mito o intelectuales-masas.  Cierto es que desde cualquiera de ambas posibilidades hace un siglo se intentó superar esta dicotomía a través del totalitarismo. ¿Es posible volver a la encrucijada que definió el siglo XX?

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