Unas notas sobre Radicalismo y Libertad

“Te diré lo que la libertad es para mí. Sin miedo.” – Nina Simone

La mayoría de la gente no son ideólogos.

En el discurso político nos acostumbramos a hablar de “conservadores o liberales” o “izquierda y derecha”, pero para la mayoría estas son meras etiquetas. En realidad, no son posiciones sino tendencias que no están escritas en piedra, pero que sirven como marco general de cómo vemos y reaccionamos al mundo.

La política es inevitablemente emocional. Ideas políticas como la libertad a menudo forman parte de una conversación teórica, pero pueden implicar sentimientos fuertes y apasionados. Esos sentimientos son el núcleo de la defensa política y deben ser bienvenidos, pero algunos, como el odio y el miedo, alejan a la gente y generan rechazo y división no deseada.

Como refiere Wikipedia, el término radical, que proviene del latín y significa raíz, se ha utilizado desde finales del siglo XVIII como una etiqueta en la ciencia política para aquellos que favorecen o tratan de producir reformas extremas o a fondo.

Pero qué se entiende, en los tiempos modernos, como extremos políticos de derecha o izquierda. El radicalismo, específicamente en el contexto político, se asocia con puntos de vista extremos y al deseo de cambios rápidos y/o extremos en el sistema existente que, por otro lado, tienden a ser excluyentes para aquellos que no son capaces de acomodar sus puntos de vista a la agenda frecuentemente rígida de los radicales.

Para radicalizarse, el individuo debe pasar de la corriente social a los extremos políticos, ya sea a la izquierda o a la derecha. Entender cómo las personas se radicalizan, el conocimiento de su estructura de carácter y de sus funciones emocionales es esencial. Se dice que las personas gravitan hacia el radicalismo por muchas de las mismas razones por las que las personas se unen a pandillas y cultos, incluyendo a veces una sensación de vacío o falta de significado en sus vidas. Sin embargo, muchos expertos están de acuerdo en que algunos de los motivos más comunes por los que las personas se unen a grupos radicales son que:

  1. Se sienten marginados por sus compañeros y están buscando un lugar de pertenencia.
  2. Buscan su propia identidad y creen que la encontrarán uniéndose a estos grupos.
  3. Simplemente buscan una nueva emoción o una fuente de esta.
  4. Buscan una misión para salir y corregir una injusticia percibida por ellos.
  5. Están influenciados por una figura de autoridad.

Algunos sociólogos afectados por el psicoanálisis han ido más allá para dar a entender que las personas radicalizadas en la política suelen ser criadas en una familia autoritaria estricta, lo que resulta en la represión de los sentimientos sexuales del niño durante la infancia y la adolescencia. Personalmente, no estoy seguro de esto, pero he percibido que muchos de los que han sido criados en un régimen totalitario desarrollaron una especie de mentalidad inflexible que no se puede eliminar fácilmente.

Mucho de esto, desafortunadamente, lo veo en las redes y, sobre todo, entre mis compatriotas. Apuntar el dedo al otro, discutir sobre trivialidades como si se les fuera la vida en ello, siempre crispando e insultando con argumentos poco útiles y generalmente no basados en hechos sino en percepciones.

Me estoy volviendo menos radical; estoy aprendiendo que, en lugar de tomar las armas en el lado opuesto de alguien a quien me opongo, es más efectivo cruzar el pasillo, hablar, cerrar la brecha y llevarlos a mi lado.

Los escritores Max Harris y Philip McKibben declararon que tal vez el amor debería ser parte de la política como fuerza transformadora. El amor, dijeron, es una profunda sensación de calidez dirigida hacia otro, una fuerza unificadora, no una fuerza maquiavélica divisiva.

Estoy totalmente de acuerdo en eso.

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